En uno de los cuartos de la casa familiar vos tenés tres nombres, tres caras, un espacio compartido. Imponente, sentado al lado del joven crucificado, reliquia familiar más antigua que vos, has resistido al paso del tiempo, la llegada de la muerte y el peso del olvido. Vivís por la gente antigua que te aprendió las mañas y nos enseñan que te gusta fumar puro y que te dejen billetes entre la ropa.
Este día es de fiesta en la casa familiar. Hay que comprar el pino y regarlo en el patio, preparar lo cuetes, hacer la comida de fiesta y preparar el trago, pues al llegar la noche haremos la fila frente a vos para que nuestros cuerpos sean recorridos con la hoja de xilca, la candela de cebo y el huevo de gallina. Aquí está tu pan, tu comida, tu trago, tu agua.
Se inunda el cuarto con olor a incienso y flores, y se ilumina con el calor de tantas candelas juntas, de colores diversos con objetivos diferentes; en movimiento está la llama que indica que estás contento y agradecido. Antes de comer y en medio de la marimba, llueve el aguardiente sobre mi cara y sobre la tuya. Tomemos y comamos juntos, bailemos celebrando un año más, soltemos el llanto y la tristeza, pidamos que no nos falte la vida.
Felices y contentos riamos en la fiesta, aunque… pasado algún tiempo y según muera la gente o crezcan los niños, vos vayás quedando en silencio y en tu espacio solo quede aquel santito con la cruz en la mano y la certeza de que el tiempo avanza.